Alvarado, quien desde muy joven fue parte del sólido colectivo La Artefactoría, es conocido por su destacada habilidad técnica y su latente sensibilidad social que despierta un inesperado impacto visual por atentar incluso al buen gusto; suele emplear diferentes elementos de la cultura popular para reflexionar sobre la identidad nacional. 

En Espiritualidad I se advierte preocupaciones que acompañan al artista: el ser interior del sujeto, su fuerza invisible, su energía vital, su conciencia. La obra desnuda algunos seres adultos ocultos, fija zonas de luz y sombra sobre las conductas vitales, morales y sociales. Así, la imagen central de un niño, la iconográfica religiosa encerrada en burbujas, estremecen la visión del espectador porque, más allá de alterar la imagen del Divino Niño, suple su rostro con el de un infante de ojos lívidos.